Afrodita

Volver al Índice

 

Nacimiento de Afrodita. A. Cabanel, 1863

Hesíodo, Teogonía 154 ss. (trad. Grupo Tempe)

Cuantos nacieron de Gea y Urano estaban irritados con su padre desde el comienzo, pues cada vez que iba a nacer uno de éstos, Urano los ocultaba en el seno de Gea sin dejarlos salir... La monstruosa Gea en su interior se lamentaba oprimida y tramó una malvada artimaña. Tras haber creado al punto una especie de blanco acero fabricó una gran hoz y explicó el plan a sus hijos... Vino el poderoso Urano, se echó sobre Gea y se extendió por todas partes. Su hijo desde la emboscada lo alcanzó con la mano izquierda, a la vez que con la derecha tomó la monstruosa hoz, larga, de agudos dientes, y a toda prisa segó los genitales de su padre y los arrojó hacia atrás... Fueron llevados por el mar durante mucho tiempo; a ambos lados, blanca espuma surgía del inmortal miembro y en medio de aquélla una muchacha se formó.

 

Nacimiento de Afrodita. Trono Ludovisi. Ca. 470- 460 a.C.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Nacimiento de Afrodita. Fresco Pompeyano

Lucrecio, Naturaleza de las cosas I, 4-20 (Traducción Grupo Tempe)

Gracias a ti toda especie viviente es concebida y surge a contemplar la luz del sol: ante ti huyen las nubes, la tierra te extiende una alfombra de flores, las llanuras del mar te sonríen y un plácido resplandor se difunde por el cielo. Pues en cuanto la primavera descubre su faz, te saludan primero las aves del aire y anuncian tu llegada; después, fieras y rebaños retozan por los lozanos pastos y cruzan los rápidos ríos: así, prendidos de tu hechizo, te siguen todos afanosos. En fin, por mares y montes y arrebatados torrentes, por las frondosas moradas de las aves y las verdeantes llanuras, hundiendo en todos los pechos el blando aguijón del amor, los hace afanosos de propagar las generaciones, cada uno en su especie.

Nacimiento de Afrodita. Mosaico de época imperial

 

Paulo, Epítome de Pompeyo Festo p. 45 Lindsay  (Traducción Grupo Tempe)

"Citerea" es Venus, por la ciudad de Citera. Concebida en el mar, se dice que fue llevada primero en una concha a esta ciudad. 

 

 

 

Afrodita y Peithó, "Persuasión", crátera, s. IV a.C.

 

Eurípides, Hipólito 443-450

(Traducción Grupo Tempe)

 

Cipris resulta irresistible cuando se lanza con todo su poder. Pues con dulzura va en pos del que cede ante ella, mas al que encuentra engreído y soberbio, se apodera de él y lo aniquila. Va y viene ella por el éter y está en las olas del mar, Cipris, y todo ha nacido de ella. Ella es la que siembra y otorga el amor, del cual nacemos todos los que sobre la tierra estamos.

 

 

 

 

 

Nacimiento de Afrodita, Pelike ático, ca. 370-360 a.C.

 

Homero Ilíada V, 426 ss. (Traducción de Luis Segalá y Estalella)

...Sonrióse el padre de los hombres y de los dioses, y llamando a la dorada Afrodita, le dijo:
—A ti, hija mía, no te han sido asignadas las acciones bélicas: dedícate a los dulces trabajos del himeneo, y el impetuoso Ares y Atenea cuidarán de aquéllas.

 

 

Diomedes, sostenido por Atenea, ataca a Eneas que es salvado por Afrodita, crátera, ca. 490-480 a.C.

Homero Ilíada V, 364 ss. (Traducción de Luis Segalá y Estalella)

 Afrodita subió al carro, con el corazón afligido; Iris se puso a su lado, y tomando las riendas avispó con el látigo a aquellos, que gozosos alzaron el vuelo. Pronto llegaron a la morada de los dioses, al alto Olimpo; y la diligente Iris, de pies ligeros como el viento, detuvo los caballos los desunció del carro y les echó un pasto divino. La diosa Afrodita se refugió en el regazo de su madre Dione; la cual, recibiéndola en los brazos y halagándola con la mano, le dijo:

—¿Cuál de los celestes dioses hija querida, de tal modo te maltrató, como si a su presencia hubieses cometido alguna falta?

Respondióle al punto la risueña Afrodita:
— Hirióme el hijo de Tideo, Diomedes soberbio, porque sacaba de la liza a mi hijo Eneas carísimo para mí más que otro alguno. La enconada lucha ya no es sólo de teucros y aqueos, pues los dánaos se atreven a combatir con los inmortales.

Contestó Dione divina entre las diosas:
— Sufre el dolor, hija mía, y sopórtalo aunque estés afligida; que muchos de los moradores del Olimpo hemos tenido que tolerar ofensas de los hombres, a quienes excitamos para causarnos, unos dioses a otros, horribles males.

 

Venus de Milo, ca. 150-100 a.C. 

 

Platón, Banquete 181 a

(Traducción Grupo Tempe)

 

Todos sabemos que no hay Afrodita sin amor. En el caso, pues de que fuera única habría tan sólo un Amor, pero como existen dos, necesariamente habrá dos amores. ¿Y cómo negar que son dos las diosas? Una de ellas no tuvo madre y es hija de Urano, por lo cual le damos el nombre de Urania; la otra es hija de Zeus y de Dione y la llamamos Pandemo. De ahí que sea necesario también llamar con propiedad al Amor que colabora con esta última Pandemo y al otro Uranio.

 

Sobre Amor Sacro y Amor Profano véase

 

 

Venus de Cnido, copia romana de un original de Praxíteles, ca. 350-340 a.C.

Venus de Viena. Copia romana de un original griego, ca. 350 a.C.

Heródoto I, 199 (Traducción Grupo Tempe)

 

La costumbre más ignominiosa que tienen los babilonios es la siguiente; toda mujer del país debe, una vez en su vida, ir a sentarse a un santuario de Afrodita y yacer con un extranjero. Muchas mujeres toman asiento en el recinto sagrado de Afrodita con una corona de cordel en la cabeza. Y entre las mujeres quedan unos pasillos; por ellos circulan los extranjeros y hacen su elección. Una mujer no regresa a casa hasta que algún extranjero le echa dinero en el regazo y yace con ella en el interior del santuario. La cantidad de dinero puede ser la que se quiera; a buen seguro que no la rechazará, pues no está permitido: sigue al primero que se lo echa sin despreciar a nadie. Como es lógico, todas las mujeres que están dotadas de belleza y buen tipo se van pronto, pero aquellas que son poco agraciadas esperan mucho tiempo sin poder cumplir la ley. Por cierto que, en algunos lugares de Chipre, existe también una costumbre muy parecida a ésta

 

 

Justino, Epítome de las historias filípicas de Pompeyo Trogo XVIII 5, 4 (Traducción Grupo Tempe)

 

Era costumbre de los chipriotas hacer ir a la playa, en determinados días antes de celebrarse las bodas, a las jóvenes a ellas destinadas, con objeto de que se ganasen con sus personas el dinero de sus dotes, y para asegurarse así, pagando a Venus las primicias de su virginidad, su futura castidad conyugal.

 

Venus Capitolina, s. III-II a.C.

Afrodita rodeada por Erotes. Kylix, ca. 490-480 a.C.

 

Estrabón, Geografía VIII 6, 20

(Traducción Grupo Tempe)

 

Y el templo de Afrodita poseía más de mil siervas sagradas, prostitutas, ofrendadas a la diosa por hombres y mujeres. Y era por las tales por lo que la ciudad hormigueaba y se enriquecía; así, por ejemplo, los armadores de barcos se gastaban todo su dinero, y por eso dice el refrán: “No todo el mundo puede navegar a Corinto”

 

 

 

 

W. A. Bouguereau, Nacimiento de Venus, 1879

Himno Homérico V a Afrodita, 1ss. (Traducción A. Bernabé)

Cuéntame, Musa, las acciones de la muy áurea Afrodita, de Cipris, que despierta en los dioses el dulce deseo y domeña las estirpes de las gentes mortales, a las aves que revolotean en el cielo y a las criaturas todas, tanto a las muchas que la tierra firme nutre, como a cuantas nutre el ponto. A todos afectan las acciones de Citerea, la bien coronada.

Tres corazones hay, sin embargo, a los que no puede persuadir ni engañar…. (Atenea, Ártemis, Hestia)

 

(36ss.) Ella le arrebata el sentido incluso a Zeus que se goza con el rayo… Engañando cuando quiere sus sagaces mentes, lo une con la mayor facilidad a mujeres mortales, haciéndolo olvidarse de Hera…

(45ss.) Pero también a ella misma (a Afrodita) Zeus le infundió en su ánimo el dulce deseo de unirse a un varón mortal, para que, cuanto antes, ni siquiera ella misma estuviese alejada de un lecho mortal, y así no pudiera decir, jactanciosa, entre todos los dioses, sonriendo dulcemente la risueña Afrodita, que había unido a los dioses con hombres mortales, y que les habían parido hijos mortales a los inmortales, y que asimismo había unido a diosas con hombres mortales.

A. Glaize, El baño de Venus. 1845

 

 

Así que le infundió en el ánimo el dulce deseo de Anquises, que por entonces en los elevados montes del Ida, pródigo en veneros, apacentaba sus vacas, semejante por su porte a los inmortales. Nada más verlo, la risueña Afrodita se enamoró de él, y desaforadamente se apoderó de su ánimo el deseo.

Encaminándose a Chipre penetró en su fragante templo en Pafos, donde tiene un recinto y un altar perfumado. Allí empujó al entrar las resplandecientes puertas y allí las Gracias la bañaron y la ungieron con el divino aceite que cubre a los dioses que por siempre existen, de ambrosía, exquisito, que se había perfumado para ella. Preciosamente ataviada con toda su hermosa vestimenta sobre su cuerpo, y adornada de oro, la risueña Afrodita se encaminó presurosa a Troya, tras abandonar el huerto fragante, haciendo raudamente su camino por las alturas, entre nubes.

Llegó al Ida pródigo en veneros, madre de fieras, y se encaminó en derechura al aprisco, monte a través.

 

Afrodita, Briton Briviere

Tras ella, haciéndole halagos, marchaban grisáceos lobos, leones de feroz mirada, osos y veloces panteras, insaciables de corzos. Y ella al verlos regocijó su ánimo en su fuero interno e infundió el deseo en sus pechos, así que todos a una aparearon en los valles umbríos.

Llegó ella a las bien construidas cabañas. Y encontró allí a Anquises, que se había quedado solo, lejos de los demás, al héroe que poseía de los dioses la hermosura. Todos a la vez  habían seguido a las vacas por los hermosos pastizales, pero él, que se había quedado solo en los apriscos, lejos de los demás, iba y venía de un lado a otro tañendo su cítara con sones penetrantes.

Se detuvo ante él la hija de Zeus, Afrodita, tomando la apariencia en talla y figura de una virginal doncella, no fuera que se espantara al percibirla con sus ojos. Anquises, al verla, la examinaba y admiraba su figura, su talla y sus resplandecientes vestidos. Pues iba ataviada con un peplo más brillante que el resplandor del fuego. Llevaba retorcidas espirales y brillantes pendientes en forma de flor. Primorosos eran los collares en torno a su delicada garganta, hermosos, de oro, totalmente cincelados. Como la luna resplandecía en sus delicados pechos, maravilla de ver. De Anquises se adueñó el amor, y se dirigió a ella con estas palabras:

El espejo de Venus, E. Burne-Jones, 1875

-Salve, Señora, alguna de las Bienaventuradas sin duda, que llegas a estas moradas: Ártemis o Leto o la áurea Afrodita, o Temis, la bien nacida, o la de ojos de lechuza, Atenea. O quizás tú que has llegado hasta aquí seas alguna de las Gracias, que a los dioses todos acompañan y se proclaman inmortales, o alguna de las Ninfas que frecuentan las hermosas arboledas o de las Ninfas que habitan ese hermoso monte, los veneros de los ríos y las herbosas praderas. En un altozano, en un lugar conspicuo, te haré un altar y celebraré en tu honor hermosos sacrificios en todas las estaciones. Así que tú con talante benigno otórgame ser un varón distinguido entre los troyanos y concédeme para el futuro una florida progenie, así como que yo mismo por largo tiempo viva feliz y vea la luz del sol, rico entre mi pueblo, y llegue hasta el umbral de la vejez.

Venus y Anquises. A. Carracci

A él le respondió entonces la hija de Zeus, Afrodita:

-Anquises, el más glorioso de los hombres que sobre la tierra existen. No soy una diosa. ¿Por qué me comparas a las inmortales?...

Dicho esto, la diosa infundió en su ánimo el dulce deseo..

(145 ss. Habla Anquises:)

-Si eres mortal,… ninguno de los dioses me detendrá hasta que me una en amor contigo, ahora en seguida. Ni siquiera si el propio Certero Flechador, Apolo, lanzara con su arco de plata lamentables dardos. De buen grado, mujer semejante a las diosas, después de haber subido a tu lecho, penetraría en la morada de Hades.

Dicho esto, la tomó de la mano…

Venus y Anquises. Sir W. Blake Richmond (1842-1891)

(172 ss.) Una vez completamente ataviada con todos sus vestidos en torno a su cuerpo, la divina entre las diosas se irguió en la cabaña y su cabeza tocaba el techo bien construido. Resplandecía en sus mejillas una belleza divina, como la que es propia de Citerea, coronada de violetas.

Le despertó del sueño y le dirigió la palabra, diciendo:

-¡Levanta, Dardánida! ¿Por qué duermes con sueño tan profundo? Y dime si te parece que soy semejante a la que antes viste ante tus ojos.

Así dijo, y él, saliendo inmediatamente de su sueño, le prestó oídos. Mas cuando vio el cuello y los hermosos ojos de Afrodita se espantó y volvió sus ojos en otra dirección. Ocultó luego de nuevo en el cobertor su hermoso rostro y, suplicándole, dijo aladas palabras:

-En cuanto te vi por vez primera con mis ojos, diosa, reconocí que eras una divinidad, mas tú no me hablaste sin engaño. Pero te suplico, por Zeus egidífero, que no me dejes impotente habitar vivo entre los hombres, sino apiádate de mí, puesto que no llega a una vida vigorosa el varón que yace con diosas inmortales.

G. Lorenzo Bernini, Anquises, Eneas y Ascanio, 1618-1619

A él le respondió en seguida la hija de Zeus, Afrodita:

-Anquises, el más glorioso de los hombres mortales. Ten ánimo y nada temas en tu corazón en demasía. Pues no hay temor de que vayas a sufrir mal alguno, al menos de parte mía ni de los demás Bienaventurados, pues en verdad eres amado de los dioses. Tendrás un hijo que reinará entre los troyanos y les nacerán hijos a sus hijos, sin cesar. Su nombre será Eneas, porque terrible es la aflicción que me posee por haber venido a caer en el lecho de un varón mortal.

 

 

Servio, Comentarios a Eneida II, 649

(Traducción Grupo Tempe)

 

Se cuenta que cuando Anquises comía con sus compañeros se jactó de haber tenido amores con Venus. Venus, habiéndose quejado de ello a Júpiter, consiguió que se lanzaran rayos contra Anquises; pero Venus, al ver que él podía ser aniquilado por un rayo, se compadeció del joven y desvió el rayo hacia otra parte; Anquises sin embargo alcanzado por el hálito del fuego celeste quedó tullido el resto de su vida.

 

Venus y Eneas. Fresco Pompeyano

 

Virgilio, Eneida XII, 411 ss.

(Traducción A. Espinosa Pólit)

 

Venus entonces, conmovida como madre por el indigno dolor de su hijo, recoge el díctamo en el Ida cretense, el tallo de hojas rugosas que en una flor acaba de púrpura; no desconocen esta hierba las cabras agrestes cuando se clavan en su lomo las flechas voladoras. Venus, con la figura escondida en una oscura nube, lo trajo y con él tiñe el agua vertida en un brillante cuenco, curando en secreto, y la riega con los jugos de la salutífera ambrosía y con la pánace olorosa. Fomenta con este brebaje la herida el longevo Yápige, sin saberlo, y de pronto escapa de su cuerpo todo dolor, dejó de manar sangre la herida profunda. Y salió al fin la flecha siguiendo sin que nadie la forzase la mano y volvieron de nuevo a su sitio las antiguas fuerzas.

«Rápido, las armas del héroe. ¿Por qué estáis parados?» exclama Yápige y enciende el primero los ánimos contra el enemigo. «No salen estas cosas de humanos recursos ni de un arte magistral, y no es mía, Eneas, la mano que te cura. Alguien mayor lo hace y un dios, de nuevo, te envía a empresas mayores.»

 

 

 

 

Afrodita favorece a los amantes

Afrodita sobre un ganso, kylix, ca. 470-460 a.C.

Safo, Himno a Afrodita  (Traducción A. Luque)

Inmortal Afrodita de polícromo trono,

Hija de Zeus que enredas con astucias, te imploro, no domines con penas y torturas, soberana, mi pecho;

mas ven aquí, si es que otras veces antes, cuando llegó a tu oído mi voz desde lo lejos, te pusiste a escuchar y, dejando la casa de tu padre, viniste,

uncido el carro de oro. Veloces te traían los hermosos gorriones hacia la tierra oscura con un fuerte batir de alas desde el cielo, atravesando el éter:

de inmediato llegaron. Tú, feliz, con la sonrisa abierta en tu rostro inmortal, preguntabas qué sufro nuevamente, y por qué nuevamente en invoco

y qué anhelo ante todo alcanzar en mi pecho enloquecido: ¿A quién seduzco ahora y llevo a tu pasión? ¿Quién es, oh Safo, la que te perjudica?

Pues si hoy te rehuye, pronto habrá de buscarte; si regalos no acepta, en cambio los dará, y si no siente amor, pronto tendrá que amarte aunque no quiera ella.

Ven a mí también hoy, líbrame de desvelos rigurosos y todo cuanto anhela mi corazón cumplir, cúmplelo y sé tú misma mi aliada en esta lucha.

 

Afrodita y Helena, ánfora ca. 430 a.C.

 

Hesíodo, Teogonía 203-206

(Traducción Grupo Tempe)

 

Desde el comienzo esta área de influencia tiene y este destino ha alcanzado entre los hombres y los dioses inmortales: las intimidades con doncellas, las sonrisas, los engaños, el dulce placer, el afecto y la mansedumbre.

 

 

 

 

Afrodita defiende a Paris frente a Menelao asistido por Ártemis. Kylix ca. 485 a.C.

Homero Ilíada III, 365-394 (Traducción de Luis Segalá y Estalella)

(Habla Menelao)

—¡Padre Zeus, no hay dios más funesto que tú! Esperaba castigar la perfidia de Alejandro, y la espada se quiebra en mis manos, la lanza resulta inútil y no consigo vencerle.

Dice, y arremetiendo a Paris, cógele por el casco adornado con espesas crines de caballo y le arrastra hacia los aqueos de hermosas grebas, medio ahogado por la bordada correa que, atada por debajo de la barba para asegurar el casco, le apretaba el delicado cuello. Y se lo hubiera llevado, consiguiendo inmensa gloria, si al punto no lo hubiese advertido Afrodita, hija de Zeus, que rompió la correa, hecha del cuero de un buey degollado: el casco vacío siguió a la robusta mano, el héroe lo volteó y arrojó a los aqueos, de hermosas grebas, y sus fieles compañeros lo recogieron. De nuevo asaltó Menelao a Paris para matarle con la broncínea lanza; pero Afrodita lo arrebató con gran facilidad, por ser diosa, y llevóle, envuelto en densa niebla, al oloroso y perfumado tálamo. Luego fue a llamar a Helena, hallándola en la alta torre con muchas troyanas; tiró suavemente de su perfumado velo, y tomando la figura de una anciana cardadora que allá en Lacedemonia le preparaba a Helena hermosas lanas y era muy querida de ésta, dijo la diosa Afrodita:

—Ven. Te llama Alejandro para que vuelvas a tu casa. Hállase, esplendente por su belleza y sus vestidos, en el torneado lecho de la cámara nupcial. No dirías que viene de combatir, sino que va al baile o que reposa de reciente danza.

 

Baco y Ariadna por Tiziano, 1523-1524.

 

 

 

 

 

Higino, Astronómicas II 5, 1 (Traducción Grupo Tempe)

Se cree que ésta [la Corona Boreal] fue de Ariadna, colocada por el padre Líber entre las estrellas. En efecto, se dice que cuando Ariadna se casó con Líber en la isla de Día, recibió en primer lugar como regalo esta corona de Venus y de las Horas, cuando todos los dioses aportaban sus regalos de boda.

Eratóstenes, Catasterismos 5 (Trad. A. Guzmán Guerra)

...la novia se coronó con ella... El autor de las Créticas cuenta que era obra de Hefesto, labrada en oro fundido y empedrada de pedrería de la India. También narra que gracias al brillo con el que refulgía consiguió Teseo escapar del laberinto.... La Corona posee nueve estrellas dispuestas en forma de círculo...

 

 

 

 

 

 

 

Sir Edward Burne-Jones. The Heart Desires. Las Series de Pigmalión. 1868-70. Joseph Setton Collection. París.

Sir Edward Burne-Jones. The Hand Refrains. The Pygmalion Series .

Ovidio, Metamorfosis X, 243-297 (Traducción E. Leoetti Jungl)

Pigmalión, que las había visto llevar una vida vergonzosa, ofendido por los múltiples defectos que la naturaleza había dado a la mente de las mujeres, vivía célibe, sin esposa, y durante mucho tiempo su lecho se había visto privado de una consorte. Un día talló felizmente, con admirable talento, una escultura de níveo marfil, le dio una belleza con la que ninguna mujer podría llegar a nacer, y se enamoró e su propia obra. Su aspecto era el de una muchacha de verdad, y se habría dicho que estaba viva y que, de no impedírselo el pudo, se habría movido; hasta tal punto el arte se disimulaba bajo el arte. Pigmalión está embelesado, y en su pecho se enciende el amor por ese cuerpo falso. Muchas veces pone sus manos sobre la estatua y la toca para ver si aquello es un cuerpo o es marfil, y aún así diría que no es marfil. Le da besos y cree que le son devueltos, le habla, le abraza, y le parece que sus dedos se hunden en sus miembros cuando los toca, y teme que al apretar sus brazos se formen moratones. Unas veces la halaga con ternura, y otras le lleva regalos de los que gustan a las muchachas, como conchas, lisos guijarros, pajaritos y flores de mil colores, lirios, bolas decoradas y lágrimas caídas del árbol de las Helíades.

 

Sir Edward Burne-Jones. Pygmalion and the Image                                                                                                                                                                                            

A. Bronzino, Galatea y Pigmalión

 También adorna sus miembros con ropas: pone gemas en sus dedos y en su cuello largos collares, de sus oídos cuelgan ligeros pendientes, y sobre su pecho cintas. Y desnuda no es menos bella. La tiene sobre cobertores teñidos de púrpura de Sidón, la llama compañera de su lecho y recuesta su cuello sobre blandos cojines de plumas, como si ella pudiera notarlo.

Había llegado el día de la fiesta de Venus, la más celebrada en toda Chipre. Las novillas de amplios cuernos vendados de oro habían caído golpeadas en la blanca cerviz y el incienso desprendía volutas de humo, cuando Pigmalión, tras cumplir los ritos obligados, se paró ante el altar y tímidamente: “Oh dioses, si todo lo podéis conceder, deseo que sea mi esposa”, y sin atreverse a decir “la muchacha de marfil”, dijo, “una parecida a la mía de marfil”. Venus, que asistía en persona a su fiesta, entendió cuál era el significado de esos ruegos, y en señal de la benevolencia de su divinidad, una llama se encendió tres veces y elevó su punta por el aire.

 

 

 

 

 

Fr. Boucher, Pigmalión y Galatea, 1767

Cuando regresó fue a buscar la estatua de su amada muchacha, y reclinándose sobre el lecho la besó: le pareció que estaba tibia. Vuelve a acercar sus labios, y con las manos le palpa también el pecho: al tocarlo el marfil se ablanda, y perdiendo su rigidez se hunde y cede bajo los dedos; de igual forma la cera del Himeto se reblandece al sol, y cuando es trabajada con el pulgar se moldea tomando muchas formas distintas, y el propio trato la hace más tratable. Mientras se asombra y se alegra tímidamente, temeroso de que no sea cierto, una y otra vez vuelve a tocar el enamorado el objeto de su deseo: ¡es un cuerpo! Las venas palpitan bajo la presión del pulgar. Entonces sí que el héroe de Pafos pronunció sonoras palabras para dar gracias a Venus, y por fin su boca ya no besó una boca falsa. La virgen sintió los besos que le daba y se sonrojó, y alzando hacia sus ojos y hacia la luz su tímida mirada, a la vez vio el cielo y a su amante. La diosa estuvo presente en la boda que ella misma había hecho posible. Cuando los cuernos de la luna habían completado nueve veces el disco, ella dio a luz a Pafos, de quien la isla recibe su nombre.

 

Sir Edward Burne-Jones. The Soul Attains. The Pygmalion Series. 1868-70.

Oil on canvas. Joseph Setton Collection, Paris, France

 

H. C. Danger, Afrodita y Eros, 1917

Virgilio, Eneida I, 657 ss. (Traducción A. Espinosa Pólit)

 

Pero la Citerea nuevas mañas, nuevos planes urde en su pecho, para que con la cara y el cuerpo del dulce Ascanio Cupido se presente y encienda con sus regalos la pasión de la reina, y meta el fuego en sus huesos. Y es que teme a una casa ambigua y a los tirios de dos lenguas;
la abrasa feroz Juno y aumenta por la noche su cuidado.
Así que con estas palabras se dirige al alígero Amor: «Hijo mío, mi fuerza, mi gran poder, el único que despreciar puede los dardos tifeos de tu excelso padre,
en ti me refugio y suplicante tu ayuda reclamo. Que tu hermano
Eneas anda en el mar sacudido por todas las costas a causa del odio de la acerba Juno, lo sabes muy bien y a menudo de nuestro dolor te doliste.
Ahora lo retiene la fenicia
Dido y lo entretiene con blandas palabras, y me temo a dónde puede conducirle la hospitalidad de Juno: no dejará pasar ocasión como ésta. Por eso estoy planeando conquistar antes a la reina con engaños y ceñirla de fuego, para que no cambie por algún otro dios y conmigo se vea atada con un gran amor a Eneas. Escucha ahora mi plan para que puedas lograrlo. Por orden de su querido padre se dispone a acudir a la ciudad
sidonia el niño real, el objeto mayor de mis cuitas, llevando consigo los presentes rescatados al mar y a las llamas de Troya;
voy a ocultarlo, profundamente dormido, en las cumbres de Citera o en la sagrada morada de la Idalia, para que enterarse no pueda de mis engaños o interponerse. Tú, por no más de una noche, toma su aspecto con engaño, y, niño, como eres, viste los conocidos rasgos del niño
de modo que, cuando te tome en su regazo felicísima Dido entre las mesas reales y el licor llieo, cuando te dé sus abrazos y te llene de dulces besos, le insufles sin que lo advierta tu fuego y la engañes con tu droga.»
Obedece Amor las palabras de su madre querida y las alas deja y toma gozoso los andares de Julo.

G. B. Tiepolo, "Eneas presenta a Dido a Cupido vestido como su hijo Ascanio" 1757

Zeus, Afrodita y Eros, lutróforo, ca. 350-340 a.C.

Ovidio, Metamorfosis XIV, 581 ss. (Traducción E. Leoetti Jungl)

La virtud de Eneas ya había obligado a todos los dioses, y entre ellos a la misma Juno, a deponer su ira, y estando ya bien asentado el creciente poder de Iulo, el héroe citereo ya estaba en sazón para el cielo. Venus había asediado a los dioses con sus súplicas, y abrazada al cuello de su padre le había dicho: “¡Padre, tú que en ningún momento has sido duro conmigo, ahora deseo que seas más benévolo que nunca: a mi Eneas, quian, al ser de mi sangre, te hizo abuelo, otórgale, oh grandísimo, la majestad divina, aunque sea sólo un poco. Ya basta con que haya visto una vez el desapacible reino de los muertos y que haya cruzado una vez los ríos estigios”. Los dioses dieron su consentimiento, y la consorte real no mantuvo un rostro impasible, sino que asintió con semblante apaciguado. Entonces el padre Júpiter: “Sois dignos del don del cielo, tanto tú que los solicitas como aquel para quien lo solicitas: recibe, hija, lo que deseas”. Ella se alegra y da las gracias a su padre, y transportada a través del aire por palomas uncidas al yugo se dirige a la costa laurentina, donde el Numicio, serpenteando oculto entre las cañas, vierte sus aguas fluviales en el cercano mar. A éste le ordena que lave todo aquello de Eneas que esté sujeto a la muerte y que lo arrastre hasta las profundidades del mar con su taciturna corriente. El cornígero río ejecuta las órdenes de Venus y purifica todo lo que en Eneas era mortal, bañándolo en sus aguas: sólo quedó su parte mejor. Cuando estuvo purificado, su madre ungió su cuerpo con un ungüento divino y puso en sus labios ambrosía mezclada con dulce néctar, y lo convirtió en un dios, al que el pueblo de Quirino llama Indiges y honra con un templo y con altares.

Fr. Boucher, Apoteosis de Eneas, 1746

Júpiter vaticina el traslado al Olimpo de Julio César

 

Ovidio, Metamorfosis XV, 807 ss. (Traducción E. Leoetti Jungl)

“¿Tú sola, hija, pretendes cambiar el destino inevitable? ¡Entra si quieres tú misma en la morada de las tres hermanas! Allí verás en una inmensa mole de bronce y de sólido hierro el archivo del mundo, que no teme ni las sacudidas del cielo ni la ira del rayo, ni, seguro y eterno, ninguna otra ruina. Allí encontrarás el destino de tu descendencia grabado en metal indestructible. Yo mismo lo he leído y lo grabé en mi memoria. Éste por quien tú te afanas, Citerea, ha llegado al fin de su tiempo, una vez cumplidos los años que le debía a la tierra. Accederá al cielo convertido en dios y ocupará un lugar en los templos por obra tuya y de su hijo, quien, heredero de su nombre, sostendrá el solo la carga que la sido impuesta, y, poderosísimo vengador de la muerte de su padre, nos tendrá a su lado en la guerra.

 

 

 

Afrodita castiga a quienes no la honran

Alegoría con Venus y el Tiempo. J. B.Tiépolo, 1754-58. National Gallery, Londres

 

Eurípides, Hipólito 10 ss. (Trad. A. Medina González)

El hijo de Teseo y de la Amazona, alumno del santo Piteo, es el único de los ciudadanos de esta tierra de Trocén que dice que soy la más insignificante de las divinidades, rechaza el lecho y no acepta el matrimonio. En cambio, honra a la hermana de Febo, a Ártemis... Yo no estoy celosa por ello. ¿Por qué iba a estarlo? En cambio, por las faltas que ha cometido contra mí, castigaré a Hipólito hoy mismo; la mayor parte de mi plan lo tengo muy adelantado desde hace tiempo, no tengo que esforzarme mucho.

En una ocasión... al verle la noble esposa de su padre, Fedra, sintió su corazón arrebatado por un amor terrible, de acuerdo con mis planes. y antes de que ella regresara a esta tierra de Trozén.. fundó un templo de Cipris, encendida de amor por el extranjero. Y al erigirlo, le ponía el nombre de la diosa en recuerdo de Hipólito. Y cuando Teseo abandonó la tierra de Cécrope.. hizo una travesía hasta este país, resignándose a un año de destierro. Desde entonces, entre gemidos y herida por el aguijón del amor, la desdichada se consume en silencio. Ninguno de los de la casa conoce su mal. Pero este amor no debe acabar de este modo. Se lo revelaré a Teseo y saldrá a la luz. y su padre matará a nuestro joven enemigo, con una de las maldiciones que Posidón, señor del mar, concedió a Teseo como regalo: que no en vano suplicaría a la divinidad hasta tres veces. Aunque sea con gloria, Fedra también ha de morir, pues yo no tendré en tanta consideración su desgracia hasta el punto de que mi enemigo no deba pagarme la satisfacción que me parezca oportuna.

 

Fedra con su nodriza. Fresco pompeyano

 Eurípides, Hipólito 391 ss. (Trad. A. Medina González)

 (Habla Fedra:)

... Voy a comunicarte el camino que ha recorrido mi mente: cuando el amor me hirió, buscaba el modo de sobrellevarlo lo mejor posible. Comencé por callarlo y ocultar la enfermedad... En segundo lugar, me propuse soportar mi locura con dignidad, venciéndola con la cordura. En tercer lugar, como no conseguí con estos medios vencer a Cipris, me pareció que la mejor decisión era morir -nadie lo negará.

(Habla la nodriza:)

... Estás enamorada. ¿Qué hay de extraño en esto? Le sucede a muchos mortales. ¿Y por este amor vas a perder tu vida? ¡Menudo beneficio para los enamorados de ahora y los del futuro, si tienen que morir! Cipris es irresistible, si se lanza sobre nosotros con fuerza. Al que cede a su impulso se le presenta con dulzura, pero al que encuentra altanero y soberbio, apoderándose de él -¿puedes imaginártelo?- lo maltrata. Ella camina por el éter y está en las olas del mar y todo nace de ella. Es la que siembra y concede el amor, del cual nacemos todos los que habitamos en la tierra. Cuantos conocen los escritos de los antiguos y están siempre en compañía de las Musas saben que Zeus una vez ardió en deseos de unirse con Sémele y saben que la Aurora, de hermoso resplandor, raptó una vez a Céfalo a la morada de los dioses, y lo hizo por amor. Y, sin embargo, habitan en el cielo y no tratan de huir de los dioses, sino que se resignan, así lo creo, a aceptar su destino. ¿Y tú no vas a aceptar el tuyo?

Jovencita defendiéndose de Eros. A. W. Bouguereau, 1880

(Coro v. 525 ss.)

¡Amor, amor, que por los ojos destilas el deseo, infundiendo un dulce placer en el alma de los que sometes a tu ataque, nunca te me muestres acompañado en la desgracia ni vengas discordante! Ni el dardo del fuego ni el de las estrellas es más poderoso que el que sale de las manos de Afrodita, de Eros, el hijo de Zeus

En vano, en vano junto al Alfeo y en el santuario Pítico de Febo, Grecia acumula sacrificio de toros, si a Eros, tirano de los hombres, que tiene las llaves del amadísimo tálamo de Afrodita, no reverenciamos, al dios devastador que lanza al hombre por todos los caminos de la desgracia, cuando se presenta.

A la potrilla de Ecalia, no uncida al yugo del lecho, sin conocer antes varón ni tálamo nupcial, desunciéndola de la casa de Éurito, como una Náyade fugitiva y una Bacante, entre sangre, entre humo e himnos de muerte, Cipris se la entregó al hijo de Alcmena, ¡desdichada por su boda!

¡Oh muro sagrado de Tebas, fuente de Dirce, sois testigos de cómo se presentó Cipris! Pues uniendo a la madre de Baco, nacido dos veces, con el trueno rodeado de fuego, la durmió en el sueño fatal de la muerte. Pues terrible lanza su soplo por todas partes y revolotea cual una abeja.

Fedra. - (Que está escuchando junto a la puerta del palacio). ¡Callad, mujeres! ¡Estammos perdidas!

 

Fedra e Hipólito. P. N. Guérin (1744-1833)

v. 601 ss.

Hipólito. -¡Oh tierra madre y rayos del sol, qué palabras he oído que ninguna voz se atrevería a pronunciar!

Nodriza. -Calla, hijo, antes de que nadie oiga tus gritos.

Hipólito. -No es posible callar, después de haber oído cosas terribles.

Nodriza.- Calla, te lo suplico por tu bella diestra.

Hipólito.- No avances tu mano, ni toques mis vestidos.... ¡Oh Zeus! ¿Por qué llevaste a la luz del sol para los hombres ese metal de falsa ley, las mujeres? Si deseabas sembrar la raza humana, no debías haber recurrido a las mujeres para ello, sino que los mortales, depositando en los templos ofrendas de oro, hierro o cierto peso de bronce, debían haber comprado la simiente de los hijos, cada uno en proporción a su ofrenda y vivir en casas libres de mujeres.

Hipólito conduce su carro, debajo de los cabellos se aprecia el toro de Posidón. Ca. 340 a.C.

v. 1161 ss.

Mensajero. - Hipólito ya no existe, por así decirlo. Ve aún la luz, pero su vida está pendiente de un hilo.

Teseo. -¿Quién lo mató? ¿Alguien llevado por el odio, por haber violado a su esposa, como a la de su padre?

Mensajero. -Su propio carro lo ha matado y las maldiciones de tu boca que habías dirigido a tu padre, señor del mar, contra tu hijo.

... llegábamos a un paraje desierto, en donde, más allá de esta tierra, una costa escarpada, se extiende hasta el golfo sarónico. De allí surgió un rumor de la tierra, cual rayo de Zeus, profundo bramido, espantoso de oír. Los caballos enderezaron sus cabezas y sus orejas hacia el cielo y un fuerte temor se apoderaba de nosotros al buscar de dónde procedía el ruido. Y mirando a las costas azotadas por el mar, vimos una ola enorme que se levantaba hacia el cielo, hasta el punto de impedir a mis ojos ver las costas de Escirón y ocultaba el Istmo y la roca de Asclepio. Y luego, hinchándose y despidiendo en derredor espuma a borbotones por el hervor del mar, llega hasta la costa en donde estaba la cuadriga. Y en el momento de romper con estruendo, la ola vomitó un toro, monstruo salvaje. Y toda la tierra, al llenarse de su mugido, respondía con un eco tremendo.

Muerte de Hipólito. P. P. Rubens, 1611. National Gallery, Londres

A aquellos que la veían la aparición resultaba insoportable a su mirada. Al punto un miedo terrible se abate sobre los caballos. Nuestro amo, muy práctico en la forma de comportarse con los mismos, agarra las riendas con ambas manos y tira de ellas, como un marinero tira hacia la empuñadura del remo, echando todo el peso de su cuerpo hacia atrás al tirar de las correas. Y las yeguas, mordiendo, el freno forjado a fuego con las quijadas, se lanzan con ímpetu, sin preocuparse de la mano del piloto, ni de las riendas ni del carro bien ajustado. Y si dirigiendo el timón hacia la llanura, conseguía enderezar la carrera, el toro se ponía delante haciéndole dar la vuelta, enloqueciendo a la cuadriga de temor. Mas si, despavoridas en su ánimo, se lanzaban hacia las rocas, acercándose en silencio seguía al parapeto del carro, hasta que le hizo perder el equilibrio y volcó, lanzando la rueda del carro contra una roca. Todo era un montón confuso: los cubos de las ruedas volaban hacia arriba y los pernos de los ejes, y el mismo desdichado, enredado entre las riendas, es arrastrado, encadenado a una cadena inextricable, golpeándose en su propia cabeza contra las rocas y desgarrando sus carne, entre gritos horribles de escuchar: "¡Deteneos, yeguas criadas en mis cuadras, no me quitéis la vida! ¡Oh desdichada maldición de mia padre! ¿Quién quiere venir a salvar a este hombre excelente?". A pesar de que muchos lo pretendíamos, llegábamos con pie tardío. Pero él, liberándose de la atadura, de las riendas, hechas de recortes de cuero, no sé de qué modo, cae al suelo, respirando aún un débil hálito de vida; los caballos y el monstruo desdichado del toro desaparecieron no sé en qué lugar de las rocas.

Yo soy un esclavo de tu palacio, señor, pero yo nunca podré creer que tu hijo es un malvado, ni aunque la raza entera de las mujeres se ahorcara, ni aunque alguien llenara de incisiones acusadoras todos los pinares del Ida, pues sé bien que es un hombre noble.

 

Las mujeres Lemnias

Jasón arriba a la isla de Lemnos, St. Lynch 2007

 

 

Apolodoro, Biblioteca II, 5, 3 (Traducción M. Rodríguez de Sepúlveda)

Éstos [los argonautas], con Jasón como navarca, se hicieron a la mar y arribaron a Lemnos. Entonces Lemnos no tenía hombres y su reina era Hipsípila, hija de Toante por lo siguiente: las lemnias no honraban a Afrodita y ella les infligió una fetidez que impulsó a sus maridos a tomar cautivas de la cercana Tracia para yacer con ellas. Las lemnias desdeñadas mataron a sus padres y maridos; sólo Hipsípila salvó a su padre Toante escondiéndolo. Cuando los argonautas llegaron a Lemnos, entonces en poder de las mujeres, se unieron con ellas. Hipsípila yació con Jasón y tuvo hijos, Euneo y Nebrófono.

 

 

 

 

Otra faceta de Afrodita

 

Eratóstenes, Catasterismos XLIII (trad. A. Guzmán Guerra)

Las cinco estrellas que llamamos Planetas poseen movimiento propio. Se dice que pertenecen a cinco dioses... El cuarto se llama Fósforo y pertenece a Afrodita, es de color blanco y la mayor de todas estas estrellas; lo llaman tanto Fósforo como Héspero.

 

 

 

 

Venus como el "Día Viernes". Mosaico procedente de Suiza. s. III d.C.

 

 

©  Henar Velasco López

Volver al Índice