Hefesto

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 Dioniso, Hefesto, Ménade, hidria ca. 530 a.C.

Himno Homérico III a Apolo, 311-320

(Traducción Grupo Tempe)                            

“-¡Oídme todos los dioses y todas las diosas, cómo Zeus, el que amontona las nubes, comienza por deshonrarme el primero, después de que me hizo su diligente esposa! Ahora engendró sin mí a Atenea, la de ojos de lechuza, que destaca entre todos los dioses bienaventurados, mientras que se quedó lisiado entre todos los dioses, tullido de los pies, mi hijo Hefesto, al que yo misma parí. Enseguida, cogiéndolo con mis manos lo arrojé al ancho ponto, pero la hija de Nereo, Tetis, la de argénteos pies, lo acogió y lo cuidó junto con sus hermanas.”

 

Piero di Cosimo, The Finding of Vulcan on Lemnos. 1495-1505

Homero, Ilíada I, 584-594 (trad. L. Segalá y Estalella)

 

De este modo habló (Hefesto), y tomando una copa doble, ofrecióla a su madre, diciendo:
—Sufre, madre mía, y sopórtalo todo aunque estés afligida; que a ti, tan querida, no te vean mis ojos apaleada, sin que pueda socorrerte, porque es difícil contrarrestar al Olímpico. Ya otra vez que te quise defender, me asió por el pie y me arrojó de los divinos umbrales. Todo el día fui rodando y a la puesta del sol caí en Lemnos. Un poco de vida me quedaba y los sinties me recogieron tan pronto como hube caído.

 

 

 

Escena del Retorno de Hefesto. Hera apresada en su trono. Ca. 430 - 420 a.C.

Pausanias 1, 20, 3 (Traducción de Mª C. Herrero Ingelmo)

[En Atenas, parte meridional de la Acrópolis]

El santuario más antiguo de Dioniso está junto al teatro. Dentro del recinto hay dos templos y dos Dionisos: el Eleutéreo y el que hizo Alcámenes de marfil y oro. Allí mismo hay pinturas de Dioniso llevando a Hefesto al cielo. Los griegos dicen también esto, que Hera arrojó a Hefesto cuando nació, y él, que le guardaba rencor, le envió como regalo un trono de oro que tenía unos lazos invisibles, y que ella, cuando se sentó, quedó atada, y que de los otros dioses a ninguno quiso Hefesto obedecer, pero Dioniso –pues era en el que Hefesto más confiaba– emborrachándole lo condujo al cielo. Esto es lo que está pintado, y también Penteo y Licurgo pagando la pena por los ultrajes que infligieron a Dioniso, Ariadna dormida, Teseo haciéndose a la mar y Dioniso llegando para raptar a Ariadna.

 

 

Tetis pide a Hefesto armas para Aquiles. Kylix, ca. 480 a.C.

Homero Ilíada XVIII, 368-461 (Traducción de Luis Segalá y Estalella).

…Tetis, la de los argentados pies, llegó al palacio imperecedero de Hefesto, que brillaba como una estrella, lucía entre los de las deidades, era de bronce y habíalo edificado el Cojo en persona. Halló al dios bañado en sudor y moviéndose en torno de los fuelles, pues fabricaba veinte trípodes que debían permanecer arrimados a la pared del bien construido palacio y tenían ruedas de oro en los pies para que de propio impulso pudieran entrar donde los dioses se congregaban y volver a la casa. ¡Cosa admirable! Estaban casi terminados, faltándoles tan sólo las labradas asas, y el dios preparaba los clavos para pegárselas. Mientras hacía tales obras con sabia inteligencia, llegó Tetis, la diosa de los argentados pies. La bella Caris, que llevaba luciente diadema y era esposa del ilustre Cojo, viola venir, salió a recibirla, y, asiéndola por la mano, le dijo:

—¿Por qué, oh Tetis, la de largo peplo, venerable y cara, vienes a nuestro palacio? Antes no solías frecuentarlo. Pero sígueme, y te ofreceré los dones de la hospitalidad.

Dichas estas palabras, la divina entre las diosas introdujo a Tetis y la hizo sentar en un hermoso trono labrado, tachonado con clavos de plata y provisto de un escabel para los pies. Y llamando a Hefesto, ilustre artífice, le dijo:
— ¡Hefesto! Ven acá, pues Tetis te necesita.

Tetis sobre un hipocampo. Mosaico helenístico procedente de Eretria

Respondió el ilustre Cojo de ambos pies:
— Respetable y veneranda es la diosa que ha venido a este palacio. Fue mi salvadora cuando me tocó padecer, pues vine arrojado del cielo y caí a lo lejos por la voluntad de mi insolente madre, que me quería ocultar a causa de la cojera. Entonces mi corazón hubiera tenido que soportar terribles penas, si no me hubiesen acogido en el seno del mar Tetis y Eurínome, hija del refluente Océano. Nueve años viví con ellas fabricando muchas piezas de bronce —broches, redondos brazaletes, sortijas y collares— en una cueva profunda, rodeada por la inmensa murmurante y espumosa corriente del Océano. De todos los dioses y los mortales hombres sólo lo sabían Tetis y Eurínome, las mismas que antes me salvaron. Hoy que Tetis, la de hermosas trenzas, viene a mi casa, tengo que pagarle el beneficio de haberme conservado la vida. Sírvele hermosos presentes de hospitalidad, ínterin yo recojo los fuelles y demás herramientas
.

Tetis en el taller de Hefesto. Fresco pompeyano

Dijo; y levantóse de cabe al yunque el gigantesco e infatigable numen, que al andar cojeaba arrastrando sus gráciles piernas. Apartó de la llama los fuelles y puso en un arcón de plata las herramientas con que trabajaba; enjugóse con una esponja el sudor del rostro, de las manos, del vigoroso cuello y del velludo pecho; vistió la túnica, tomó el fornido cetro, y salió cojeando, apoyado en dos estatuas de oro que eran semejantes a vivientes jóvenes, pues tenían inteligencia, voz y fuerza, y hallábanse ejercitadas en las obras propias de los inmortales dioses. Ambas sostenían cuidadosamente a su señor, y éste, andando, se sentó en un trono reluciente cerca de Tetis, asió la mano de la deidad, y le dijo:

—¿ Por qué, oh Tetis, la de largo peplo, venerable y cara, vienes a nuestro palacio? Antes no solías frecuentarlo. Di qué deseas; mi corazón me impulsa a realizarlo, si puedo y es hacedero.

 

 

 

Hefesto y Tetis. Ánfora, época clásica temprana, ca. 480 a.C.

Respondióle Tetis, derramando lágrimas:
—¡Oh Hefesto! ¿Hay alguna entre las diosas del Olimpo que haya sufrido en su ánimo tantos y tan graves pesares como a mí me ha enviado el Cronión Jove? De las ninfas del mar, únicamente a mí me sujetó a un hombre, a Peleo Eácida, y tuve que tolerar, contra toda mi voluntad, el tálamo de un mortal que yace en el palacio rendido a la triste vejez. Ahora me envía otros males: concedióme que pariera y alimentara a un hijo insigne entre los héroes que creció semejante a un árbol, le crié como a una planta en terreno fértil y lo mandé a Ilión en las corvas naves para que combatiera con los teucros y ya no le recibiré otra vez porque no volverá a mi casa, a la mansión de Peleo. Mientras vive y ve la luz del sol está angustiado, y no puede, aunque a él me acerque, llevarle socorro. Los aqueos le habían asignado como recompensa una moza y el rey Agamemnón se la quitó de las manos. Apesadumbrado por tal motivo, consumía su corazón; pero los teucros acorralaron a los aqueos junto a los bajeles y no les dejaban salir del campamento, y los próceres argivos intercedieron con Aquileo y le ofrecieron espléndidos regalos. Entonces, aunque se negó a librarles de la ruina, hizo que vistiera sus armas Patroclo y enviólo a la batalla con muchos hombres. Combatieron todo el día en las puertas Esceas; y los aqueos hubieran tomado la ciudad, a no haber sido por Apolo, el cual mató entre los combatientes delanteros al esforzado hijo de Menetio, que tanto estrago causara, y dio gloria a Héctor.
Y yo vengo a abrazar tus rodillas por si quieres dar a mi hijo, cuya vida ha de ser breve, escudo, casco, hermosas grebas ajustadas con broches, y coraza; pues las armas que tenía las perdió su fiel amigo al morir a manos de los teucros, y Aquileo yace en tierra con el corazón afligido.

 

Contestóle el ilustre Cojo de ambos pies:
—Cobra ánimo y no te preocupes por las armas. Ojalá pudiera ocultarlo a la muerte horrísona cuando la terrible Parca se le presente, como tendrá una hermosa armadura que admirarán cuantos la vean.

Así habló; y dejando a la diosa, encaminóse a los fuelles, los volvió hacia la llama y les mandó que trabajasen. Estos soplaban en veinte hornos, despidiendo un aire que avivaba el fuego y era de varias clases: unas veces fuerte, como lo necesita el que trabaja de prisa, y otras al contrario, según Hefesto lo deseaba y la obra lo requería. El dios puso al fuego duro bronce, estaño, oro precioso y plata; colocó en el tajo el gran yunque, y cogió con una mano el pesado martillo y con la otra las tenazas.

 

 

Escudo de Aquiles.

Diagrama de los dibujos basado en: Willcock, Malcolm M., A Companion to the Iliad, University of Chicago Press, Chicago, 1976.

 

 

Hizo lo primero de todo un escudo grande y fuerte, de variada labor, con triple cenefa brillante y reluciente, provisto de una abrazadera de plata. Cinco capas tenía el escudo, y en la superior grabó el dios muchas artísticas figuras, con sabia inteligencia.

Allí puso la tierra, el cielo, el mar, el sol infatigable y la luna llena; allí las estrellas que el cielo coronan, las Pléyades, las Híades, el robusto Orión y la Osa, llamada por sobrenombre el Carro, la cual gira siempre en el mismo sitio, mira a Orión y es la única que deja de bañarse en el Océano.

 

 

 

 

Escudo de Aquiles. Reconstrucción

Allí representó también dos ciudades de hombres dotados de palabra. En la una se celebraban bodas y festines: las novias salían de sus habitaciones y eran acompañadas por la ciudad a la luz de antorchas encendidas, oíanse repetidos cantos de himeneo, jóvenes danzantes formaban ruedos, dentro de los cuales sonaban flautas y cítaras, y las matronas admiraban el espectáculo desde los vestíbulos de las casas. — Los hombres estaban reunidos en el foro, pues se había suscitado una contienda entre dos varones acerca de la multa que debía pagarse por un homicidio: el uno declarando ante el pueblo, afirmaba que ya la tenía satisfecha; el otro, negaba haberla recibido, y ambos deseaban terminar el pleito presentando testigos. El pueblo se hallaba dividido en dos bandos que aplaudían sucesivamente a cada litigante; los heraldos aquietaban a la muchedumbre, y los ancianos, sentados sobre pulimentadas piedras en sagrado círculo, tenían en las manos los cetros de los heraldos, de voz potente, y levantándose uno tras otro publicaban el juicio que habían formado. En el centro estaban los dos talentos de oro que debían darse al que mejor demostrara la justicia de su causa.

 

 

 

La otra ciudad aparecía cercada por dos ejércitos cuyos individuos, revestidos de lucientes armaduras, no estaban acordes; los del primero deseaban arruinar la plaza y los otros querían dividir en dos partes cuantas riquezas encerraba la hermosa población. Pero los ciudadanos aún no se rendían, y preparaban secretamente una emboscada. Mujeres, niños y ancianos, subidos en la muralla, la defendían. Los sitiados marchaban, llevando al frente a Ares y a Palas Atenea, ambos de oro y con áureas vestiduras, hermosos, grandes, armados y distinguidos, como dioses; pues los hombres eran de estatura menor. Luego, en el lugar escogido para la emboscada, que era a orillas de un río y cerca de un abrevadero que utilizaba todo el ganado, sentábanse, cubiertos de reluciente bronce, y ponían dos centinelas avanzados para que les avisaran la llegada de las ovejas y de los bueyes de retorcidos cuernos. Pronto se presentaban los rebaños con dos pastores que se recreaban tocando la zampoña, sin presentir la asechanza. Cuando los emboscados los veían venir, corrían a su encuentro, se apoderaban de los rebaños de bueyes y de los magníficos hatos de blancas ovejas y mataban a los guardianes. Los sitiadores, que se hallaban reunidos en junta, oían el vocerío que se alzaba en torno de los bueyes, y montando ágiles corceles, acudían presurosos. Pronto se trababa a orillas del río una batalla, en la cual heríanse unos a otros con broncíneas lanzas. Allí se agitaban la Discordia, el Tumulto y la funesta Parca, que a un tiempo cogía a un guerrero con vida aún, pero recientemente herido, dejaba ileso a otro y arrastraba, asiéndole de los pies, por el campo de la batalla a un tercero que la muerte recibiera; y el ropaje que cubría su espalda estaba teñido de sangre humana. Movíanse todos como hombres vivos, peleaban y retiraban los muertos.

The Shield of Achilles, 1821 Philip Rundell for Rundell, Bridge & Rundell

Made for George IV's coronation banquet. The Royal Collection © 2007,Her Majesty Queen Elizabeth II

 

Representó también una blanda tierra noval, un campo fértil y vasto que se labraba por tercera vez: acá y allá muchos labradores guiaban las yuntas, y al llegar al confín del campo, un hombre les salía al encuentro y les daba una copa de dulce vino; y ellos volvían atrás, abriendo nuevos surcos, y deseaban llegar al otro extremo del noval profundo. Y la tierra que dejaban a su espalda negreaba y parecía labrada, siendo toda de oro; lo cual constituía una singular maravilla.

Grabó asimismo un campo de crecidas mieses que los jóvenes segaban con hoces afiladas: muchos manojos caían al suelo a lo largo del surco, y con ellos formaban gavillas los atadores. Tres eran éstos y unos rapaces cogían los manojos y se los llevaban abrazados. En medio, de pie en un surco, estaba el rey sin desplegar los labios, con el corazón alegre y el cetro en la mano. Debajo de una encina, los heraldos preparaban para el banquete un corpulento buey que habían matado. Y las mujeres aparejaban la comida de los trabajadores haciendo abundantes puches de blanca harina.

También entalló una hermosa viña de oro cuyas cepas, cargadas de negros racimos, estaban sostenidas por rodrigones de plata. Rodeábanla un foso de negruzco acero y un seto de estaño, y conducía a ella un solo camino por donde pasaban los acarreadores ocupados en la vendimia. Doncellas y mancebos pensando en cosas tiernas, llevaban el dulce fruto en cestos de mimbre; un muchacho tañía suavemente la armoniosa cítara y entonaba con tenue voz el hermoso canto de Lino, y todos le acompañaban cantando profiriendo voces de júbilo y golpeando con los pies el suelo.

Escudo de Aquiles. Detalle

 

Representó luego un rebaño de vacas de erguida cornamenta: los animales eran de oro y estaño y salían del establo mugiendo, para pastar a orillas de un sonoro río junto a un flexible cañaveral. Cuatro pastores de oro guiaban a las vacas y nueve canes de pies ligeros los seguían. Entre las primeras vacas, dos terribles leones habían sujetado y conducían a un toro que daba fuertes mugidos. Perceguíanlos mancebos y perros. Pero los leones lograban desgarrar la piel del animal y tragaban los intestinos y la negra sangre; mientras los pastores intentaban, aunque inútilmente, estorbarlo, y azuzaban a los ágiles canes: éstos se apartaban de los leones sin morderlos, ladraban desde cerca: rehuían el encuentro de las fieras.

Hizo también el ilustre Cojo de ambos pies un gran prado en hermoso valle, donde pacían las cándidas ovejas, con establos, chozas techadas y apriscos.

El ilustre Cojo de ambos pies puso luego una danza como la que Dédalo concertó en la vasta Cnoso en obsequio de Ariadna, la de lindas trenzas. Mancebos y doncellas hermosas, cogidos de las manos, se divertían bailando: éstas llevaban vestidos de sutil lino y bonitas guirnaldas, y aquéllos, túnicas bien tejidas y algo lustrosas, como frotadas con aceite, y sables de oro suspendidos de argénteos tahalíes. Unas veces, moviendo los diestros pies, daban vueltas a la redonda con la misma facilidad con que el alfarero aplica su mano al torno y lo prueba para ver si corre, y en otras ocasiones se colocaban por hileras y bailaban separadamente. Gentío inmenso rodeaba el baile, y se holgaba en contemplarlo. Un divino aedo cantaba, acompañándose con la cítara; y en cuanto se oía el preludio, dos saltadores hacían cabriolas en medio de la muchedumbre.

 

En la orla del sólido escudo representó la poderosa corriente del río Océano.

Después que construyó el grande y fuerte escudo, hizo para Aquileo una coraza más reluciente que el resplandor del fuego; un sólido casco, hermoso, labrado, de áurea cimera, que a sus sienes se adaptara, y unas grebas de dúctil estaño. Cuando el ilustre Cojo de ambos pies hubo fabricado las armas, entrególas a la madre de Aquileo. Y Tetis saltó, como un gavilán, desde el nevado Olimpo, llevando la reluciente armadura que Hefesto había construido.

 

Tetis en un hipocampo con las armas, Pelike, ca. 425 a.C.

 

 

Homero Ilíada II, 100-108 (Traducción de Luis Segalá y Estalella)

 

Entonces se levantó el rey Agamemnón, empuñando el cetro que Hefesto hiciera para el soberano Jove Cronión —éste lo dio al mensajero Argifontes; Hermes lo regaló al excelente jinete Pélope, quien, a su vez, lo entregó a Atreo, pastor de hombres; Atreo al morir lo legó a Tiestes, rico en ganado, y Tiestes lo dejó a Agamemnón para que reinara en muchas islas y en todo el país de Argos—.

 

 

 

Venus en la fragua de Vulcano. J. van Kessel. Museo del Hermitage. 1662

Virgilio, Eneida VIII, 370-415 (www.bibliotecasvirtuales.com)

Venus entonces, madre asustada en su corazón no sin motivo, llevada de las amenazas de los laurentes y el duro tumulto se dirige a Vulcano y así comienza en el tálamo áureo de su esposo, infundiéndole divino amor con sus palabras:

«Mientras los reyes de Argos Pérgamo devastaban, que se les debía, y las torres que habían de caer bajo el fuego enemigo, ni armas ni auxilio alguno demandé para los desgraciados de tu arte y tus mañas, ni quise, queridísimo esposo, que inútilmente ejercitaras tu trabajo aunque mucho debía a los hijos de Príamo y a menudo lloré la esforzada tarea de Eneas.  Hoy anda en las riberas de los rútulos por mandato de Jove; así que, la misma, vengo suplicante y te pido, madre para mi hijo, armas, numen sagrado. A ti pudo la hija de Nereo, la esposa de Titono pudo con sus lágrimas ablandarte. Mira qué pueblos se reúnen, qué murallas afilan el hierro tras sus puertas cerradas contra mí y los míos.»

Anthony van Dyck. Venus pide a Vulcano armas para Eneas. Museo del Louvre, París.

Así dijo con sus brazos de nieve aquí y allá la diosa anima al que duda en abrazo suave. Él, sorprendido, recibió la conocida llama, y un calor familiar penetró sus médulas y corrió por sus huesos derretidos, no de otro modo que cuando, rota por el trueno corusco, la chispa de fuego brillando recorre con su luz las nubes; lo notó, satisfecha de su maña y segura la esposa de su belleza. Habla entonces el padre vencido por amor eterno:

«¿Por qué buscas lejos las causas? ¿A dónde fue, diosa,  tu confianza en mí? Si tu cuidado hubiera sido semejante, aun entonces se nos habría permitido armar a los teucros; ni el padre todopoderoso ni los hados vetaban que Troya siguiera levantada y Príamo viviera otros diez años. Y ahora, si quieres combatir y ésa es tu voluntad cuanto cuidado puedo prometer en mi arte, cuanto puede sacarse del hierro o el líquido electro, cuanto valen los fuegos y las forjas, no dudes, en tus fuerzas para lograrlo.»

Con esas palabras le dio los ansiados abrazos y derretido en el regazo de su esposa buscó el plácido sopor en sus miembros. Luego, cuando el descanso primero había expulsado al sueño, en el centro ya del curso de la noche avanzada, justo cuando la mujer, a quien se ha impuesto pasar la vida con la delicada Minerva y la rueca, las cenizas aviva y el fuego dormido sumando la noche a sus tareas, y a la lámpara fatiga con pesado trabajo a sus sirvientes para casto guardar el lecho del esposo y poder criar a sus hijos pequeños: no de otro modo el señor del fuego ni en esa ocasión más perezoso salta del blando lecho a su trabajo de artesano.

 

 

 

Venus en la Fragua de Vulcano. Hermanos Le Nain. 1641.Musée Saint-Denis, Reims

Virgilio, Eneida VIII, 416 ss. (www.bibliotecasvirtuales.com)

Junto a la costa sicana y a la Lípara eolia una isla se alza erizada de peñascos humeantes, bajo la cual truenan la gruta y de los Cíclopes los antros etneos corroídos de chimeneas y se oyen los golpes que arrancan gemidos a los yunques y en las cavernas rechinan las barras de los cálibes y el fuego respira en los hornos, de Vulcano morada y tierra de Vulcano por su nombre.

Aquí baja entonces el señor del fuego de lo alto del cielo. El hierro trabajaban los Cíclopes en su vasta guarida, Brontes y Estéropes y Piragmón con el cuerpo desnudo. Ocupados estaban en terminar, en parte ya pulido, un rayo de los muchos que lanza el padre por todo el cielo a la tierra; otra parte estaba aún sin acabar. Habían añadido tres puntas retorcidas de lluvia, tres de nube de agua, tres del rojo fuego y del alado Austro. Fulgores horríficos y trueno y espanto añadían ahora a su trabajo y las iras a las llamas tenaces. En otro lado preparaban a Marte su carro y las ruedas veloces, con las que a las ciudades provoca y a los hombres; y la égida terrible, arma de la enojada Palas, se esforzaban en cubrir de escamas de serpientes y de oro, y las culebras enlazadas y la misma Gorgona en el pecho de la diosa haciendo girar sus ojos sobre el cuello cortado.

Fr. Boucher. Hefesto entrega a Venus las armas para Eneas. 1757

«Retirad todo -dijo-, dejad los trabajos empezados, Cíclopes del Etna, y atención prestadme: armas hay que hacer para un hombre valiente. Ahora precisa es la fuerza, ahora las rápidas manos y el arte magistral. Evitad todo retraso.»

Y nada más dijo, y ellos raudos se pusieron al trabajo distribuyendo la tarea a suertes. Mana el bronce en arroyos y el metal del oro y se licua el acero mortal en la vasta fragua. Forjan un escudo enorme, que sólo se valga contra todos los dardos de los latinos, y unen con fuerza las siete capas. Unos en fuelles de viento las auras cogen y devuelven, otros los estridentes bronces  templan en un lago: gime la caverna con el batir de los yunques. Ellos alternadamente con mucha fuerza levantan con ritmo los brazos y hacen girar la masa con segura tenaza.

 

 

 

Atenea y Hefesto

 

Hefesto en el nacimiento de Atenea. Ca. 560- 550 a.C.

Luciano, Diálogos de los dioses VIII (Traducción Grupo Tempe)

 

Hefesto: Aunque sea contra mi voluntad, daré el golpe. ¿Qué otra cosa puedo hacer, si tú lo ordenas?... ¿Qué es esto? ¿Una doncella armada? Grande era el mal que tenías en la cabeza, Zeus. Con razón estabas tan irritable, puesto que bajo tu cerebro estabas engendrando una doncella tan grande, y armada por añadidura. Sin que tú lo supieras, tenías un campamento por cabeza. Y ella salta, y baila danzas pírricas, agita el escudo, blande la lanza y está llena de furor divino. Y, lo que es más importante, en poco tiempo se ha puesto bellísima y ha llegado a la flor de la edad. Es cierto que tiene los ojos verdes, pero también esto la embellece, haciendo juego con el casco. Por todo ello, Zeus, dámela en matrimonio como pago por mis servicios de comadrona.

Atenea y Hefesto en el Friso Panatenaico. Partenón. Museo Británico

Higino, Fábulas 166, 3

(Trad. Grupo Tempe)

 

Neptuno, que era enemigo de Minerva, instigó a Vulcano a pedir en matrimonio a Minerva. Habiéndolo conseguido, cuando llegó al tálamo, Minerva defendió su virginidad con las armas, siguiendo el consejo de Júpiter. Mientras luchaban entre sí, cayó a tierra el semen de Vulcano, del cual nació un niño que tenía la parte inferior de serpiente. Al niño lo llamaron Erictonio.

 

 

 

 

Hefesto y Atenea presencian el nacimiento de Erictonio. Stamnos. Ca. 460 a.C.

 

Apolodoro, Biblioteca III, 14, 6 (Trad. Grupo Tempe)

Respecto a éste unos dicen que era hijo de Hefesto y de Átide, la hija de Cránao, y otros que de Hefesto y Atenea de la siguiente manera: Atenea había acudido a Hefesto para que le fabricase unas armas, pero él, que había sido abandonado por Afrodtita, sucumbió de deseo por Atenea y comenzó a perseguirla, pero ella se escapaba. Cuando tras mucho esfuerzo, pues era cojo, consiguió acercársele, intentó poseerla, pero ésta, que era casta y virgen, no se dejó, y Hefesto eyaculó en la pierna de la diosa; ella asqueada lo limpió con un copo de lana y lo tiró al suelo. Atenea salió huyendo y del semen caído en el suelo nació Erictonio. Lo crió a escondidas de los dioses, deseosa de hacerlo inmortal.

 

Hefesto crea a Pandora. Crátera ca. 475 -425 a.C.

 Hesíodo, Trabajos y días 60 ss.

(www.inicia.es/de/diego_reina/filosofia/filo/hesiodo_trabajos_y_dias. htm)

Ordenó (Zeus) al muy ilustre Hefesto mezclar cuanto antes tierra con agua, infundirle voz y vida humana y hacer una linda y encantadora figura de doncella semejante en rostro a las diosas inmortales.

 

 

 

 

Luego encargó a Atenea que le enseñara sus labores, a tejer la tela de finos encajes. A la dorada Afrodita le mandó rodear su cabeza de gracia, irresistible sensualidad y halagos cautivadores; y a Hermes, el mensajero Argifonte, le encargó dotarle de una mente cínica y un carácter voluble.

Dio estas órdenes y aquéllos obedecieron al soberano Zeus Crónida. [Inmediatamente modeló de tierra el ilustre patizambo una imagen con apariencia de casta doncella por voluntad del Crónida. La diosa Atenea de ojos glaucos le dio ceñidor y la engalanó. Las divinas Gracias y la augusta Persuasión colocaron en su cuello dorados collares y las Horas de hermosos cabellos la coronaron con flores de primavera. Palas Atenea ajustó a su cuerpo todo tipo de aderezos]; y el mensajero Argifonte configuró en su pecho mentiras, palabras seductoras y un carácter voluble por voluntad de Zeus gravisonante. Le infundió habla el heraldo de los dioses y puso a esta mujer el nombre de Pandora porque todos los que poseen las mansiones olímpicas le concedieron un regalo, perdición para los hombres que se alimentan de pan.

Atenea y Hefesto en el nacimiento de Pandora, ca. 470 a.C.

Pandora. J. W. Waterhouse ca. 1896

 

 

Luego que remató su espinoso e irresistible engaño, el Padre despachó hacia Epimeteo al ilustre Argifonte con el regalo de los dioses, rápido mensajero. Y no se cuidó Epimeteo de que le había advertido Prometeo no aceptar jamás un regalo de manos de Zeus Olímpico, sino devolverlo acto seguido para que nunca sobreviniera una desgracia a los mortales. Luego cayó en la cuenta el que lo aceptó, cuando ya era desgraciado.

En efecto, antes vivían sobre la tierra las tribus de hombres libres de males y exentas de la dura fatiga y las penosas enfermedades que acarrean la muerte a los hombres. Pero aquella mujer, al quitar con sus manos la enorme tapa de una jarra los dejó diseminarse y procuró a los hombres lamentables inquietudes.

Sólo permaneció allí dentro la Espera, aprisionada entre infrangibles muros bajo los bordes de la jarra, y no pudo volar hacia la puerta; pues antes cayó la tapa de la jarra [por voluntad de Zeus portador de la égida y amontonador de nubes]. Mil diversas amarguras deambulan entre los hombres: repleta de males está la tierra y repleto el mar. Las enfermedades ya de día ya de noche van y vienen a su capricho entre los hombres acarreando penas a los mortales en silencio, puesto que el providente Zeus les negó el habla. Y así no es posible en ninguna parte escapar a la voluntad de Zeus.

 

 

Otros episodios de Hefesto

 

 

Retorno de Hefesto, Kylix, ca. 525 a.C.

Homero Ilíada XXI, 326 ss. (Traducción de Luis Segalá y Estalella)

Las purpúreas ondas del río, que las celestiales lluvias alimentan, se mantenían levantadas y arrastraban al Pelida. Pero Hera, temiendo que el gran río derribara a Aquileo, gritó, y dijo en seguida a Hefesto su hijo amado:

—¡Sus, Hefesto, hijo querido!; pues creemos que el Janto voraginoso es tu igual en el combate. Socorre pronto a Aquileo haciendo aparecer inmensa llama. Voy a suscitar con el Céfiro y el veloz Noto una gran borrasca, para que viniendo del mar extienda el destructor incendio y se quemen las cabezas y las armas de los teucros. Tú abrasa los árboles de las orillas del Janto, haz que arda el mismo río y no te dejes persuadir ni con palabras dulces ni con amenazas. No cese tu furia hasta que yo te lo diga gritando; y entonces apaga el fuego infatigable.
Tal fue su orden. Hefesto, arrojando una abrasadora llama, incendió primeramente la llanura y quemó muchos cadáveres de guerreros a quienes había muerto Aquileo; secóse el campo, y el agua cristalina dejó de correr. Como el Bóreas seca en el otoño un campo recién inundado y se alegra el que lo cultiva; de la misma suerte, el fuego secó la llanura entera y quemó los cadáveres. Luego Hefesto dirigió al río la resplandeciente llama y ardieron, así los olmos, los sauces y los tamariscos, como el loto, el junco y la juncia que en abundancia habían crecido junto a la corriente hermosa. Anguilas y peces padecían y saltaban acá y allá, en los remolinos o en la corriente, oprimidos por el soplo del ingenioso Hefesto. Y el río, quemándose también, así hablaba:
—¡Hefesto! Ninguno de los dioses te iguala y no quiero luchar contigo ni con tu llama ardiente. Cesa de perseguirme y en seguida el divino Aquileo arroje de la ciudad a los troyanos. ¿Qué interés tengo en la contienda ni en auxiliar a nadie?

 

Vulcano y Maya. B. Spranger. 1575-1580

 

Aulo Gelio, Noches Áticas, XIII, 23, 1-2

(trad. Grupo Tempe)

Rogativas a los dioses inmortales, que según el rito romano se hacen, han sido expuestas en los libros de los sacerdotes del pueblo romano y en muchas oraciones antiguas. En ellos se ha escrito: Maya de Vulcano

 

 

 

 

 

 

N. Poussin. Paisaje con Hércules y Caco, 1658-1659. The Pushkin Museum of Fine Art, Moscú.

 

Virgilio, Eneida VIII, 193-199

(trad. Grupo Tempe)

Aquí estuvo la gruta, escondida en vasto abrigo, que la figura terrible del medio humano Caco ocupaba inaccesible del sol a los rayos; y siempre estaba tibio el suelo de sangre reciente, y de sus soberbias puertas pendían cabezas humanas, pálidas de triste podredumbre. Era Vulcano el padre de este monstruo: con inmensa mole avanzaba arrojando sus negras llamas por la boca.

 

 

D. van Baburen, "Prometeo encadenado por Hefesto", 1623, Rijksmuseum, Amsterdam

 

 

 

 

Hesíodo, Teogonía 613 ss. (trad. Grupo Tempe)

No es posible engañar ni transgredir la voluntad de Zeus, pues ni siquiera el Japetónida, el benefactor Prometeo, se escapó de su pesada cólera, sino que por la fuerza una gran cadena le retuvo, a pesar de ser muy sabio.

 

 

 

Venus, Vulcano y Cupido por J. R. Tintoretto, S. XVI

 

Servio, Comentarios a Eneida I, 664 (trad. Grupo Tempe)

 

Otros (dicen) que es hijo de ella (Venus) y de Marte; otros de ella (Venus) y de Vulcano.

 

 

 

©  Henar Velasco López

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